Lugar de encuentro, de esparcimiento, en tiempos normales, especialmente, los sábados y domingos, muchas familias se congregan a la vera del espejo de agua que en febrero próximo cumplirá seis décadas. Sin embargo, el lago San Miguel del parque 9 de Julio integra la larga lista de las asignaturas pendientes porque, pese a las esporádicas reparaciones a lo largo de los años, sus problemas subsisten, al punto que en los últimos tiempos, las algas se han adueñado nuevamente de su lecho.
Según una funcionaria municipal, el espejo tiene una pequeña filtración que provoca la pérdida de agua y el incremento de las algas que asoman a la superficie se debe a la falta de movimiento del líquido. Indicó que se halla en condición sanitaria buena, es decir que, a pesar de su mal aspecto, no está contaminado. Afirma que, a diario, personal municipal, se ocupa de limpiarlo y que los expertos recomendaron colocar otro pozo que le aporte agua, tarea que el municipio llevará a cabo con la Dirección Provincial del Agua.
Ya en octubre de 2018, un funcionario municipal había afirmado que se estaban evaluando tres proyectos posibles para recuperar el espejo de agua y solucionar la fisura en el fondo. Lo cierto es que esta es una historia de antigua data. El lago San Miguel comenzó a excavarse en 1960 y se inauguró el 26 de febrero de 1961. A fines de la década de 1980, se decidió vaciarlo para dragarlo porque presentaba ya en ese entonces problemas de filtraciones. Transcurrieron ocho años, hasta que el 11 de agosto de 1997 se dispuso su llenado. En 1998, se instaló una bomba hidráulica para que renovara el agua. Por ese entonces, dos ediles de la UCR presentaron un proyecto para que se restaurara la confitería y se construyera un acuario; se proponía un llamado a licitación para la recuperación del lugar, a cambio de la concesión y explotación. La iniciativa no prosperó; al poco tiempo, el estanque se fue quedando sin mantenimiento.
Las vicisitudes prosperaron; en julio de 2007, el concesionario del lago se llevó la bomba de agua que él había repuesto, los botes, la lancha colectiva y las bicicletas acuáticas. En agosto de ese año, el abandono de la confitería y la falta de atracciones eran motivos de críticas. En enero de 2008, la Municipalidad tuvo la penosa idea de demoler la confitería, ícono del parque 9 de Julio, para parquizar la zona, argumentando que no había ningún interesado en su explotación, cuando el inmueble pudo haber sido reciclado, por ejemplo, para actividades culturales o haberse convertido tal vez en un museo del parque. En febrero de 2013, la Municipalidad decidió cerrarlo al público para desagotarlo: sedimentos, fisuras y algas eran algunos de los problemas. Se dijo que era necesario reducir la cantidad de agua, retirar los sedimentos en sectores que se hallaban colmatados, colocar arcilla expandible en las fisuras que se habían detectado en el lecho para evitar que siguiera perdiendo líquido. El espejo volvió a llenarse en noviembre de ese año. El lago San Miguel es uno de los pocos lugares que quedan, que le dan identidad al mutilado parque 9 de Julio. Es penoso verlo nuevamente en ese estado de apacible abandono. Se podría aprovechar esta pausa larga que viene imponiendo la pandemia para iniciar los trabajos de recuperación a la brevedad. Sería importante que se le diera una solución integral y definitiva a los problemas que arrastra y que hasta ahora ninguna administración municipal ha logrado, para que vuelva a ser un orgullo para los tucumanos.